Lun. Dic 23rd, 2024

Anny-Charlotte Verney es la mujer que más veces ha participado en las 24 Horas de Le Mans, por eso está considerada la ‘reina’ de la legendaria carrera de resistencia. También ha disputado diez ediciones del París Dakar. Todo un mito de la competición. En la actualidad, la piloto francesa disfruta de una vida relajada en el suroeste de su país natal, un merecido retiro de oro. Nunca mejor dicho.

»En realidad siempre he hecho lo que he querido», afirma Anny-Charlotte Verney en la terraza de su adosado cerca de Biarritz. A sus 81 años, lleva gafas de piloto de color azul claro y narra su historia como si ella misma se sorprendiera de todo lo que ha conseguido en la vida.

Una mujer imparable

Para entender su pasión por la competición hay que remontarse a 1949. En aquel momento su padre, Jean-Louis François Verney, era el Vicepresidente del Automobile Club de l’Ouest (ACO), organizador de las 24 Horas de Le Mans, y la llevó a ver la carrera en su ciudad natal. »Algún día», le dijo Anny-Charlotte con solo seis años, »yo también competiré aquí». Su padre la despachó con un cariñoso »Oui, oui». Años más tarde, su madre Johanna se vio en una situación parecida en un desfile de moda. »Algún día yo también haré eso», le dijo Anny-Charlotte señalando a las modelos. »Claro, claro», respondió su madre sin darle mayor importancia. Sin embargo, tanto el padre como la madre deberían haber conocido mejor a la menor de sus dos hijas que, cuando se proponía algo, siempre llegaba hasta el final. »Si digo que voy a hacer algo, lo hago», declara Anny-Charlotte Verney aún hoy.

Sus inicios

Con 21 años se independizó, entró en una escuela de modelos y pronto se convirtió en imagen de marcas como L’Oréal o Hermès, lo que la llevó a viajar por todo el mundo durante cuatro años. Entonces retomó sus antiguas aspiraciones profesionales y se inscribió en la escuela de pilotos ‘L’école de pilotage Bugatti‘ de Le Mans. Y, junto con ella, otros 149 aspirantes. Anny-Charlotte era la única mujer y solo los 50 mejores podían seguir adelante. »No es más que una cara bonita», comentaron muchos competidores. Otros creían que estaba ahí solo por ser quien era. Su padre era una leyenda en Le Mans, pero todo viene de más atrás ya que su abuelo, Louis Verney, fue uno de los fundadores de la carrera en 1923. Anny-Charlotte terminó en novena posición y Citroën la eligió al final de su formación para pilotar una temporada el Citroën MEP, un monoplaza de carreras, en 1972.

Tampoco podía quejarse de aburrimiento en otros aspectos, puesto que compaginaba su actividad deportiva con el trabajo en la empresa de transportes de su padre. Por si fuera poco, en 1970 tuvo al primero de sus tres hijos. Y siguió compitiendo.

Su ansiado debut

En 1974, su patrocinador le brindó una gran oportunidad: BP la incluyó en la alineación de pilotos para competir en Le Mans al volante del Porsche 911 Carrera RSR. Sus padres se enteraron por la prensa.

Al padre, un hombre siempre tranquilo y circunspecto, casi le dio un infarto. Justo antes de la prueba le suplicó: »Si el ritmo es demasiado rápido, ¡abandona!». »Claro, claro, papá», bromeó Anny-Charlotte, »al final de la recta de Les Hunaudières pongo los intermitentes y me detengo». Se refería al tramo donde se alcanza la máxima velocidad.

En la salida, con todos los coches juntos, se le aceleró el pulso. »¿Qué hago aquí?», se preguntaba durante las primeras dos o tres vueltas, hasta que logró encontrarse cómoda. Hoy lo recuerda con gran felicidad. »A las cuatro de la mañana el aire era más fresco y el coche rodaba perfecto. Es imposible imaginar una noche más maravillosa que aquella».

A la pregunta de por qué le gustaban tanto las carreras, responde en francés que por la bagarre, es decir, ‘la pelea’. »¡Quería ganar a toda costa!» ¿Y el miedo? »Estaba tan concentrada al volante que nunca lo sentí».

Ahora está sentada en su luminosa sala de estar. Al lado del sofá hay colgado un cuadro de un pescador en el mar Caribe y, junto a la mesa del comedor, una foto de ella misma en el circuito de Le Mans. Entonces coloca algunas fotos sobre la mesa. En una de ellas se puede ver a su padre entregándole un trofeo; en otra figura su abuelo Louis con una poblada barba. Él no llegó a presenciar la carrera de su nieta, ya que falleció en 1945. No obstante, se dice que heredó su carácter vivo y animado.

Diez participaciones en las 24 Horas de Le Mans

Verney guarda sus trofeos en una estantería. Entre los éxitos conseguidos en Le Mans se cuentan su victoria de 1978 en la categoría GT con un Porsche 911 Carrera RSR o su sexto puesto en la general, en 1981, con un Porsche 935 K3. Con este último vehículo alcanzó también su máxima velocidad a nivel personal, 358 km/h. Participó diez veces en la legendaria carrera de resistencia, más que ninguna otra mujer, y en nueve ocasiones lo hizo al volante de un Porsche, desde un 911 Carrera RSR hasta un 934, pasando por un 935 K3 y un Carrera RS.

»Un Porsche es un Porsche», afirma con aprecio. Y añade que para carreras como Le Mans o Daytona, donde también compitió, no había coche mejor y más fiable. ¿Y cuál es el motivo por el que hoy no tiene ningún Porsche en el garaje?: »¡No quiero que me quiten el carné de conducir!», comenta sonriente. En Francia hay límites de velocidad muy estrictos.

El Dakar y sus peligros

Verney ha hecho una reserva en el restaurante de un club de golf para comer. En la terraza del club, con vistas al verde del campo y el azul del océano Atlántico, nos cuenta sus aventuras entre París y Dakar. Corrió diez veces este famoso rally y otros tantos en África con diversos vehículos, aunque ninguno de Zuffenhausen. En su primera participación en el Dakar, en 1982, llevó como copiloto a un personaje famoso, Mark Thatcher, hijo de la Primera Ministra británica.

Sin embargo, no tuvieron suerte y a los pocos días se les rompió el eje trasero en pleno Sáhara. Y, lo que era aún peor, antes de eso se habían desviado de la ruta. Por la noche las temperaturas caían a cinco grados bajo cero y durante el día subían casi a 40. Alrededor, la nada más absoluta, solo arena roja, algunos arbustos y la duda de si alguien los encontraría. Verney, Thatcher y el mecánico tenían comida y bebida apenas para un día.

Mientras los grupos de búsqueda salían en tropel, los extraviados tomaban su último trago de agua potable. Más tarde vaciaron el agua de la refrigeración del coche y Anny-Charlotte llegó a beberse su perfume. Tardaron seis días en encontrarlos. »Dos días más y no lo contamos», afirma convencida.

A pesar de la experiencia, volvió al Dakar otras nueve veces. Y también a otras competiciones. Los accidentes no lograron que desistiera de su propósito. En 1973, en el Rally Bandama de Costa de Marfil, sufrió numerosas fracturas y salió con vida de milagro. En el Rally París-Dakar de 1990 dio siete vueltas de campana y el coche quedó ‘aplastado como una crepe’. C’est la vie, afirma, y lo considera algo normal que puede pasar si se practica este tipo de deporte.

Su última carrera fue en 1992. Aquel año, en el recorrido desde París hasta Ciudad del Cabo se hizo la misma pregunta por segunda vez en su vida: »¿Qué hago aquí?». Pero esta vez no supo encontrar una respuesta positiva, así que era el momento de dejarlo. Más tarde pasó diez años en la República Dominicana y luego se mudó a Florida. Ahora ha regresado a Francia y, naturalmente, acude cada año a ver las 24 Horas de Le Mans.

Podría decirse que sigue haciendo lo que quiere. Juega al golf tres veces a la semana, hace pilates y se ocupa de sus negocios. Cuando le apetece, se sube al coche y va hasta España a visitar a sus amigos y familiares. »¿Qué más puedo pedir?», se pregunta la reina de Le Mans mientras nos despide con un firme apretón de manos. Son casi las cuatro de la tarde, la hora a la que empieza siempre la carrera en su ciudad natal.


Source: Coches

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por admin