JAVIER MOLTÓ km77.com
- David Simon, creador de la serie The Wire, ha estado en Barcelona durante cuatro días y le hemos hecho de chófer.
- Invitado de la 3ª edición del Serielizados Fest 2016, el Festival Internacional de Series de Barcelona, asegura que nunca ve series hasta que no están terminadas.
- Es sorprendente cómo combina su capacidad para debatir con rigor y sin concesiones y la amabilidad y cercanía en todos sus actos.
- En el vídeo puedes ver la entrevista que le hizo el periodista Toni García mientras les llevábamos de chófer.
— Lo siento, voy a ser antipático. Tengo que trabajar. Voy a revisar un guión que tengo que cambiar. Necesito enviarlo antes de que se levanten en la Costa Este.
Con esta frase sube al coche a las 9:35 de la mañana David Simon al asiento delantero, a mi lado. Siempre prefiere ponerse delante. No le gusta dejar al conductor solo. Cuando iba con su mujer tuve que insistirle para que se sentara detrás, con ella.
Lo primero que hace es ponerse el cinturón e inmediatamente abre su ordenador. Tiene que aprovechar cada minuto en el coche. No puedo mirar. Soy mejor chófer que periodista. En los semáforos se me desvía la vista. En la pantalla hay dos guiones, uno al lado del otro. Intento no mirar.
(Hoy, y en todas las ocasiones, lo primero que hace es ponerse el cinturón. Sin embargo, cuando grabamos en vídeo la entrevista que le hizo Toni García y que reproducimos aquí, ambos olvidaron ponerse el cinturón concentrados como estaban.)
Aunque no miro, lo veo de reojo. Tiene la mirada hundida en la pantalla. Respira hondo. El silencio es profundo. Para el chófer es mucho más cómodo que sea así. Cada uno hace su trabajo. David Simon suspira y posa los dedos sobre las teclas. No teclea. No le oigo cambiar nada.
Me esfuerzo por conducir como si lo llevara en una alfombra voladora. Que no note las arrancadas, ni las frenadas ni el tráfico que nos rodea. El silencio dentro del coche se hace intenso, especialmente en los semáforos, cuando el sistema Stop and Start del Mazda CX-5 en el que vamos detiene el motor para no consumir mientras el coche está parado. En unas de esas detenciones me froto inadvertidamente una rodilla y el ruido que produce la punta de mis dedos sobre los pantalones me sobresalta. Dejo de rascarme. Silencio profundo.
Los carriles de la Diagonal de Barcelona son muy estrechos y el espejo derecho de nuestro Mazda está a pocos centímetros de un autobús que avanza lentamente por el carril BUS mientras nosotros estamos detenidos. David Simon ni se entera de la proximidad del autobús a su codo derecho. Está centrado en su ordenador, al que yo no miro.
Resopla.
Está absorto y concentrado. Como quiero que esté. El presupuesto para el programa piloto de su próxima serie es de 12 millones de dólares. Como chófer, me siento responsable de ese presupuesto y de cada frase que vaya en ese programa piloto.
Como no escribe, aunque no levanta la mirada, recuerdo su primera conferencia en el día de ayer. “Mi mejor lección siempre es la misma. Cuanto menos escribas, mejor. En los diálogos hay pocas palabras”. Tan pocas palabras que no escribió ninguna. Puso el título de la escena, en Baltimore, y el rotulador le ayudó. No escribía. La pizarra se quedó en blanco, lista para que cualquiera la llenara con su diálogo. En esa conferencia también nos dijo que el mayor error de los productores de series es “su empeño, a partir de la segunda temporada, de hacer lo que cree que quiere la audiencia”.
El navegador del coche me indica el camino y la hora de llegada. El atasco se hace más denso y la hora se va atrasando. Para colmo, como es en Barcelona, nunca he estado en los estudios de RAC 1 y no sé exactamente dónde podré parar el coche y dónde es la entrada a los estudios de la radio.
Cuando uno hace de chófer tiene que llevar el coche impecablemente limpio, tiene que ser atento con su “llevado”, pero no pesado, tiene que preocuparse por tener un sistema Wi-Fi en el coche si es extranjero, tiene que conducir con mucha suavidad y, sobre todo, tiene que haber ido a los lugares el día anterior para saber exactamente dónde se puede parar el coche y dónde es el lugar al que se acude.
No lo hice, pero por fortuna el navegador me indica el lugar con precisión y también por fortuna hay una zona de carga y descarga donde puedo detener el coche momentáneamente. Los dioses se han alineado. David Simon no ha levantado los ojos desde que salimos. Cuando nota que doy marcha para aparcar atrás me mira de reojo y le digo que siga trabajando, que no se preocupe. Ser periodista me da alguna ventaja. Sé que en las radios, para los programas en directo, siempre citan a los invitados con mucha antelación, para no quedarse sin invitado cuando llega la hora. Le digo que voy a preguntar hasta qué hora podemos apurar, que lo dejo solo en el coche y que voy a enterarme.
En la radio me dan 15 minutos más. Bajo al coche y se lo digo. Me mira con agradecimiento infinito. Llueve y busco un lugar para resguardarme. Lo veo desde lejos, solo en el coche, trabajando.
El día anterior, cuando lo recogí en el aeropuerto, lo primero que hizo muy poco después de subir al coche fue mirar los resultados de las primarias en Wisconsin.
— ¿Sigue las elecciones en Estados Unidos?
— Sí, las sigo.
— Me avergüenzo de lo que ocurre en mi país. Pido disculpas.
— En Europa no tenemos mucho de lo que presumir.
— Pero ustedes no tienen a Trump.
Un día después le he oído pedir disculpas por ese motivo en varias ocasiones. Y lo hará todavía varias más. La política le corroe. Asegura que con sus series no quiere cambiar el mundo, pero es imposible creerle. Nadie escribe The Wire sin pretensión de que algo cambie. Lo veo allí, a lo lejos, detrás de la ventana mojada del coche, con la cabeza metida en el ordenador y sé que no le creo.
Cuando ha llegado la hora, las 10:15, me acerco al coche y le digo que tenemos que subir. No sé cuántas veces habrá resoplado a solas. Su gran cabeza, que me recuerda más a Marlon Brando en Apocalypsis Now que a Moby Dick, resopla como una gran ballena. En cuanto le aviso, cierra inmediatamente su ordenador, sin un segundo de demora, como si pudiera dejar de concentrarse con un interruptor, como si la idea en la que estaba concentrado no requiriera de un tiempo de almacenamiento, de un segundo de duda de cómo apuntarla. Como en todo momento, es extremadamente amable y cooperador. Ni una queja y constantemente mucha cercanía.
Es tanta su cercanía que impone. Porque la combina con una claridad de ideas y rotundidad en la exposición de conceptos, que sorprende que sean compatibles. En las muchas conferencias que ha dado en dos días, David Simon nunca dice lo que aparentemente la audiencia puede querer oír. Expone su idea y su argumentario, sin la pretensión de contentar a nadie con halagos. Dice en Barcelona, ante una audiencia muda, que desea y defiende que su gobierno tenga el mejor espionaje del mundo, que todos los gobiernos tengan el mejor servicio de inteligencia. Que está seguro de que su gobierno tiene que estar de su lado y que el espionaje y la inteligencia son imprescindibles para vivir con mayor seguridad. “No me preocupa que el gobierno de mi país tenga toda la información sobre mí, mi gobierno es mi aliado”.
Tras la entrevista de la radio, su casa editorial en España le tiene preparada una jornada completa de entrevistas con diferentes medios. Desde las 11:00 hasta las 18:00 horas, salvo una hora para la comida. Cuando lo recojo a las seis de la tarde, aparece con cara de agotado, con una persona todavía que lo acompaña hasta la calle con las últimas cuestiones. Le abro la puerta del coche y le invito a sentarse:
— Tiene que estar muerto —le digo.
— Lo estoy.
— ¿Ha podido aprovechar para enviar el guión?
— Sí, en la hora de la comida. Como esta noche vamos a cenar mucho, he comido poco y me han dejado un sitio para trabajar. Ya está enviado.
Me habla mientras lo veo con el rabillo del ojo pelearse con el teléfono. De pronto oigo que le pide con voz desesperada:
— ¿Puedes ayudarme a desbloquear mi teléfono?
— No puedo ayudarte a desbloquear tu teléfono, responde Siri, el asistente inteligente por voz del iPhone.
— No sé qué he hecho que he bloqueado mi teléfono y ahora no puedo desbloquearlo.
— Pruebe a mantener los dos botones durante varios segundos, entre 5 y 10, para resetearlo.
— ¿Así? ¿A ver? Sí…
El teléfono le pide el PIN, que se lo sabe, lo introduce y ya tiene teléfono de nuevo. Ha sido sencillo y su cara ha cambiado. Ha sido un día duro, lejos de su teléfono, con continuas entrevistas y de trayecto al hotel puede consultar lo que necesite, antes de una siesta tardía, para enfrentarse a un desplazamiento largo, porque esta noche toca cena en Can Roca, en Gerona, invitado por la organización de Serielizados Fest.
Después del reposo subimos cuatro al coche. Laura Lippman, novelista y pareja de David Simon, David Simon, Toni García, periodista y amigo de la pareja y el chófer, amigo de Toni García. El descanso les ha sentado bien y suben al coche muy contentos. Les apetece mucho la cena y se les nota. Les gusta comer bien.
De pronto David Simon me pregunta si Andorra está cerca del camino o si tendríamos que desviarnos mucho. “Es que tengo ganas de mear”. Mientras lo dice, Laura estalla en una carcajada. Toni y yo, que ocupamos los asientos delanteros, nos miramos sin mirarnos con cara de circunstancias. Laura lo explica inmediatamente: “Nos gustan los concursos y ganarlos. Nos hemos inventado un concurso que consiste en ver quién ha visitado más países, pero no vale cualquier visita. Una escala de avión, sin salir del aeropuerto, no cuenta como país visitado. La condición que hemos puesto para que cuente es mear en el país”.
A continuación se lanzan a contar anécdotas como la de cruzar un río en África sólo para ir a mear al otro lado. Pero claro, no hace falta llegar hasta la otra orilla. ¿Quién llega antes? Los hombres para este tipo de circunstancias tienen más facilidades.
— Ahora no podemos ir a Andorra porque tenemos cita en el restaurante a las 21:30, pero a la vuelta, mientras duermen, les llevo hasta Andorra si quieren y cuando crucemos la frontera busco un hotel y les despierto.
El “no”, no fue inmediato. Era un disparate, pero les gusta ganar y acumular países.
Del restaurante salieron felices. David Simon se había empeñado en pagar la cena y no le dejaron, porque los organizadores del festival lo invitaban. Durante todo el camino de regreso estuvieron haciendo parodia de qué tendrían que haber hecho para conseguir pagar la cena. El vino les había sentado bien. Los tres, también Toni García, cuál de ellos más disparatado, empezaron a imaginar situaciones de distintos personajes históricos diciéndole al camarero cosas del estilo: “Usted no sabe con quién está hablando. Ahora mismo con una llamada hago que invadan su país. Así que no diga más tonterías y cóbreme la cena”. Nos reímos mucho durante el regreso. Yo también. La autopista estaba vacía y disfrutamos mucho de la suavidad del viaje. Andorra se nos había olvidado.
El día siguiente, la actividad para David Simon decreció. Toni García organizó una jornada de compras y posterior comida en el mercado de la Boquería, para grabar un programa de televisión. David Simon se empeñó en cargar todo el rato con las bolsas de la comida, aunque eran pesadas, incluso cuando las cámaras ya no grababan. “Yo no soy una vedette” le dijo en una ocasión a Xavier Torres-Bacchetta, fotógrafo, “me puedes hacer fotos siempre que quieras”
Como el sábado era un día más relajado, antes de la última noche en Barcelona, antes del penúltimo trayecto, cuando esperamos al lado del coche a que aparezca su amigo Toni García, que se retrasa unos minutos, se lo digo:
— ¿Sabe una cosa? De todo lo que hace y dice, lo único que no me resulta creíble es cuando dice que no pretende cambiar el mundo. Uno no le pone las cosas difíciles a su audiencia sin motivo, uno no escribe The Wire sin una pretensión, uno no dice que lo escribe porque está en contra de la guerra contra las drogas y a la vez afirma que no pretende cambiar el mundo.
— Es verdad, tienes razón, hay algo de contradictorio en eso. Pero a la vez es totalmente cierto. Yo escribo las series pensando únicamente en la serie misma. No quiero que tengan una orientación o un objetivo. ¿Tú conoces el béisbol? Bueno, no conocerás las reglas pero sabes qué es el béisbol. Los lanzadores, esos hombres cuyos brazos valen millones de dólares, esos hombres que lanzan la bola a más de 140 km/h y que tienen que enviarla por una zona de este tamaño (remarca la ventana trasera del coche) para ponérselo difícil al contrario, esos hombres de fuerza y habilidad prodigiosa, están enseñados para que no intenten dirigir la bola. Si intentan dirigirla, el resultado es mucho peor estadísticamente que si sólo lanzan con fuerza. Con las series ocurre exactamente lo mismo. Si quieres dirigirla, si pretendes orientarla hacia algún objetivo, la serie será mucho peor. Yo sólo pienso en la serie misma. El objetivo de la serie es la misma serie. Por supuesto que yo quiero que cambien cosas en este mundo, pero no puedes pensar en ello mientras trabajas en la ficción. Hay que lanzar la bola, hay que lanzarla con fuerza, lanzarla muchas veces, sin más pretensión que lanzarla con toda la potencia posible”.
David Simon no ve la tele. “No veo series, hasta que no me las recomienda alguna de las pocas personas de las que me fío, cuando ya han acabado. Demasiadas series son ridículas. Sería un sueño si pudiéramos deshacernos de la exigencia de las audiencias”. Sólo recomienda una serie sin dudar: Slings & Arrows.
Se niega a complacer a su audiencia y a la vez es extremadamente amable. Combina, aparentemente de forma natural y sin esfuerzo, rigor e intransigencia con una calidez infinita hacia todo aquel que se le acerca, con todo el que le pide y reclama.
Cuando nos despedimos en el aeropuerto me desarma definitivamente. Abre sus grandes brazos y me abraza casi como a un niño: “Ven a vernos. No te olvides de nosotros”.
Source: Coches