En otoño de 1981 Citroën dio a conocer este particular prototipo, a medio camino entre berlina, familiar y monovolumen que aún hoy tiene un aspecto futurista por su aerodinámico diseño y su amplia superficie acristalada.
La longitud total de este coche era de 4,2 metros, con una anchura de 1,75 metros, y el acceso al habitáculo se realizaba mediante dos grandes puertas de apertura vertical que permitían que cuatro pasajeros se acomodaran en cada uno de sus respectivos asientos independientes.
Otra particular característica del Xenia era la investigación avanzada de las posibilidades de la electrónica de a bordo, con elementos en aquel momento sorprendentes y que hoy, 40 años más tarde, nos parecen irrenunciables en cualquier coche moderno como, por ejemplo, los sensores de radiación solar que regulaban la climatización.
Anticipando los que se montarían posteriormente tanto en el CX como en el BX, el Xenia disponía de un ordenador que calculaba los consumos, la autonomía restante y la velocidad media y que, además, ayudaba al conductor con la cartografía en una época en la que los satélites GPS (los pocos que se habían ya lanzado) se reservaban a usos exclusivamente militares.
Y hablando de “satélites”, el salpicadero del Xenia, diseñado por Michel Harmand, mostraba la más alta tecnología disponible al comienzo de la década de 1980: todas las funciones se podían accionar sin apartar las manos del volante. Asimismo, el cambio automático ZF (que ese mismo año se montó en el CX y, a continuación, en el BX) era increíblemente suave en su funcionamiento y permitía al conductor utilizar la palanca solo al emprender la marcha, en las maniobras y a la llegada.
Hace 40 años, el Xenia mostró al mundo la gran capacidad de innovación del Centro de Diseño de Citroën y todo aquello que era posible hacer con la tecnología si se daba rienda suelta a la creatividad para reinventar una y otra vez el automóvil, algo que hoy sigue siendo una seña de identidad de la marca.
Source: Coches