En una época dominada por los SUV, los híbridos y la electrificación cada vez más presente en todos los modelos, resulta casi milagroso encontrarse con un coche que permanezca tan auténtico a sus raíces como el Ford Mustang. Más aún en su séptima generación, con más de medio siglo de historia a sus espaldas y una receta que, afortunadamente, apenas ha cambiado: motor V8 atmosférico, tracción trasera, cuatro ruidosos escapes y un sorprendente cambio manual. Y sí, tras haberlo probado a fondo, todo esto nos sigue poniendo la piel de gallina.
Así, esta nueva generación del Mustang llega con la responsabilidad de mantener viva una estirpe legendaria. Se estrena coincidiendo con el 60º aniversario del modelo y supone un paso adelante en tecnología y diseño, aunque no sin generar debate entre los más puristas.
Nuevo diseño: ¿sí o no?
A simple vista, el nuevo Mustang impone. El frontal gana presencia con líneas más marcadas, faros más afilados y una salida de aire en el capó que subraya su carácter deportivo. Se agradece que Ford haya mantenido la parrilla reconocible y ese capó interminable que ya es marca de la casa.
De perfil, el coupé sigue teniendo ese aire musculoso con una línea de techo suave y fluida que desemboca en una zona trasera musculosa y que está dominada por esas cuatro salidas de escape. Sin embargo, es precisamente en esta parte trasera donde el diseño nos genera opiniones encontradas. Aunque conserva los pilotos de tres franjas en disposición vertical y ese sabor ‘neo-retro’, la vista en tres cuartos no termina de convencernos: menos nostálgica, algo más anodina, con unas proporciones ‘extrañas’ entre chapa y tamaño de rueda, y con una vista lateral que alarga, quizá de más para mi gusto, la trasera.
Un interior más digital
El habitáculo también ha vivido una transformación. Desaparece el clásico diseño de doble joroba del cuadro de instrumentos, sustituido por una gran superficie plana presidida por dos pantallas unidas: una de 12,4 pulgadas para la instrumentación y otra táctil de 13,2 para el sistema multimedia. Esto nos da un poco de pena, pues es uno de los cambios más importantes del habitáculo, y los relojes redondos clásicos del Mustang eran parte de su esencia, no estaría de más haberlos mantenido en forma, aunque fuesen digitales, porque a pesar de que sí que tenemos la posibilidad de configurar el cuadro digital con diales inspirados en Mustang históricos, la forma exterior sigue siendo una pantalla rectangular que le quita algo de gracia.
Eso sí, el sistema multimedia de Ford está realmente bien pensado. Es intuitivo, rápido (salvo en los primeros segundos tras arrancar) y compatible con Apple CarPlay y Android Auto.
Respecto al confort a bordo, los asientos delanteros nos sorprendieron por su comodidad para el día a día. Sujetan bien pero sin ser extremos, y permiten viajar o moverse por ciudad sin penalizar la comodidad. Detrás, como es tradición, las plazas son simbólicas y el acceso complicado. Y el maletero ofrece 381 litros, justos pero aprovechables para el tipo de coche que es. Y sino, siempre puedes meter bolsas, mochilas o bártulos en los asientos de detrás, porque no creo que lleves a alguien ahí de viaje.
V8 atmosférico, manual y trasera: gracias, Ford
Arrancar el nuevo Mustang es uno de esos pequeños placeres que te da la vida como probador de coches. El motor Coyote V8 de 5.0 litros sigue ahí, sin turbos ni hibridaciones. Sólo un puro bloque a la americana y tú al girar la llave (o apretar el botón, en estos tiempos modernos). Entrega 446 CV y 540 Nm, algo menos que antes, pero sigue siendo una bestia noble, llena de carácter y con una respuesta que enamora a cualquier amante de la conducción pura.
La caja manual de seis relaciones, aunque no sea la más rápida ni precisa del mercado, es una delicia por su tacto mecánico y su conexión directa con el coche. Y su embrague, aunque exige algo de pierna, te hace sentir que estás conduciendo el coche, y no al revés, como también hace una dirección que tiene un peso inusual hoy en día.
A todo esto se suma el sistema de escape con válvulas activas y distintos modos de sonido que terminan de hacer redonda la experiencia. Desde un discreto ‘modo vecino’ hasta el estruendo de su modo Track. Conducir un coche de estas características, en 2025, en Europa, es toda una suerte viendo la deriva de la industria del Viejo Continente y sus ‘salvadoras’ normativas.
Conducción
En carretera, el Mustang se muestra sorprendentemente estable y progresivo. No es un deportivo ágil, ese nunca ha sido su cometido, pero sí un gran turismo rápido y confortable. La suspensión MagneRide filtra bien las irregularidades y permite usarlo con total normalidad en el día a día. Incluso podría decirse que es más cómodo que su predecesor.
Los frenos Brembo cumplen con solvencia, aunque en conducción exigente se nota el peso (más de 1.800 kilos). Y si bien la electrónica permite disfrutar con cierta seguridad, sigue siendo un coche que pide respeto, porque ese eje trasero puede pasar de ser divertido a convertirse en unos terribles sudores fríos si no se mide bien el tacto con el acelerador en determinadas circunstancias. Y no hablemos de si está lloviendo…
Un ‘unicornio’ en la era moderna
El precio de esta unidad, configurada con todos los extras con los que contaba, roza los 62.500 euros. Esto puede parecer elevado, pero es una ‘ganga’ frente a lo poco comparable que queda en el mercado. Por sensaciones, carácter y presencia, el Mustang es ya un ‘rara avis’ en Europa. Por ejemplo, para hacerte con un Lexus LC 500 o con un Jaguar F-Type, deberás jugar en otra liga de precios, y eso si puedes conseguir uno, porque tampoco es tan sencillo como pueda parecer.
Y sí, gasta (le medimos una media de 12,4 l/100 km), emite mucho CO2 y no es práctico. Pero nada de eso importa cuando lo conduces. Porque el Mustang sigue siendo lo que promete: un coche para los que aman la pureza de conducir. Uno de los pocos que quedan en Europa.
Source: Coches