Los motores de combustión tienen su temperatura de funcionamiento óptimo en torno a los 90ºC. El líquido anticongelante, que suele confundirse con refrigerante como avisan desde Reynasa ya que este primero va incluido en el segundo, se encarga de cumplir una de la doble función de este circuito de líquido: evitar que el sistema no se congele a temperaturas excesivamente gélidas. Por otro lado, en condiciones de calor extremo, evita que el motor sobrepase la temperatura recomendada durante la marcha.
El líquido refrigerante y, por ende, el anticongelante, debe estar siempre dentro de unos rangos de máximo y mínimo recomendados por el fabricante y no es usual que haya pérdidas del mismo. La razón es que el circuito por el que circula es estanco y está protegido, por lo que habrá que sospechar de fugas si el nivel baja.
En el caso de detectar una pérdida importante de líquido refrigerante en el sistema, hay que acudir de inmediato a un taller para hacer una revisión en busca de fugas y rellenarlo. De lo contrario, el motor de nuestro coche podría sufrir graves consecuencias.
Piezas corroídas
La primera de ellas es que el motor perderá eficiencia durante el funcionamiento, ya que no podrá mantener la temperatura óptima para entregar el máximo de su capacidad. Igualmente, las partes móviles se verán seriamente afectadas: el líquido anticongelante, al proteger el motor y sus piezas adyacentes de las bajas temperaturas, evita que aparezca corrosión y óxido.
Cuando el líquido anticongelante baja de nivel o se estropea, pierde sus propiedades anticorrosivas y expone el motor del coche a las bajas temperaturas. Por eso, de cara al invierno, es aconsejable revisar que se encuentra en perfectas condiciones. Los fabricantes, de manera genérica, aconsejan cambiar el líquido refrigerante y anticongelante cada dos años de manera preventiva o, en su caso, entre los 40.000 y los 60.000 kilómetros.
Source: Coches