Indudablemente, los coches de hoy nos dejan abrumados por el nivel de ingeniería y las soluciones tecnológicas que integran. El avance es imparable y cada vez más rápido, pero a principios del siglo pasado no era así en absoluto.
En aquella época, los avances no estaban todavía en manos de grandes compañías, más bien lo estaban en las de visionarios audaces que vieron en el todavía incipiente mundo de la automoción o aviación un modo de experimentar y dar rienda suelta a su creatividad.
Uno de ellos fue Ernest Eldridge, un ciudadano de la alta burguesía de Londres que tomó parte en la Primera Guerra Mundial, donde como conductor de ambulancias empezó a tener más contacto con los vehículos a motor.
Tras la guerra, su pasión se dirigió a dos mundos, el de la aviación y la competición automovilística, y fruto de esas dos pasiones, y de manera absolutamente artesanal, construyó un coche con motor de avión con 240 caballos de potencia con el objetivo de establecer un récord de velocidad. Ese primer coche alcanzó los 150 km/h, lo que no estaba nada mal, pero Eldridge quería más, y ahí nació el proyecto “Mefistofele”.
Lo primero que hizo fue tomar como base un coche de competición, en este caso el Fiat SB4 Corsa, y lo modificó adaptando un motor de aeronave italiano, un Fiat A.1, que tenía seis cilindros y nada menos que ¡21.700 centímetros cúbicos!
Lógicamente, meter ese propulsor en el chasis del SB4, que obviamente fue perdiendo su forma original, fue un proceso largo y laborioso, y tuvo incluso que recurrir a los restos de un autobús accidentado para fabricar la carrocería. Pero el resultado mereció la pena, pues creó un coche de nada menos que 350 caballos de potencia, los cuales entregaba desde solo 1.800 revoluciones por minuto, lo que provocaba que su manejo fuera realmente desafiante y peligroso.
Quizá por su aspecto –superaba los 5 metros de longitud–, por el enorme ruido del colosal motor y por el olor de los gases que emanaban de él, el coche recibió el apodo de “Mefistofele”. Una vez creado, su existencia no pasó en absoluto desapercibida, tanto que la marca de competición Delage retó a Eldridge a una competición de velocidad pura con un V12 de igual potencia, en este caso denominado “La Torpille” (“El Torpedo”).
El objetivo, lograr el récord mundial de velocidad en carretera abierta, y el lugar la Ruta Nacional 20, cerca de la localidad francesa de Arpajon, en 1924. En un primer envite, Eldridge ya logró alcanzar con el “Mefistofele” los 230,5 km/h, batiendo a su rival y estableciendo la plusmarca, pero Delage reclamó que el coche no contaba con marcha atrás, y esto era requisito indispensable para homologar el récord.
Lejos de desanimarse, y con la ayuda de un herrero local, Eldridge logró montar –nadie sabe cómo– un mecanismo de marcha atrás en el coche y volvió a intentarlo, estableciendo una semana más tarde, el 12 de julio de 1924, una marca que sigue vigente: 234,98 km/h, a la que hay que sumar la de la milla, con 234,75 km/h. La razón de que estas marcas se hayan mantenido es porque se dejaron de registrar récords oficiales en carretera abierta, pasando las tentativas a circuitos o pistas cerradas y controladas.
Actualmente, el Fiat “Mefistofele” se puede admirar en las instalaciones del Centro Storico Fiat de Turín, en Italia.
Source: Coches